El dibujante de Córdoba Julio Olivera es el "padre" de revistas y personajes memorables como María Bizca, Piturro, Piturrito, Socotroco y Juan Tiento. Hoy dirige teatro vocacional y no para de escribir.
La puerta del chalé del barrio Quintas de Santa Ana está entreabierta. Pulso el timbre a través de la reja del jardín y aparece un cusco azabachado que, si no tuviera cola y la moviera como un limpiaparabrisas, podría confundirse con un trozo de cordón cubierto de alquitrán. “Obama, ¿querés salir a dar una vuelta con tu amigo?”, le pregunta el amo y el perrito parece asentir lamiéndose el hocico; del otro lado de los barrotes, lo aguarda un tuso marrón, de tamaño similar.
“¿¡Obama!?”, lo interrogo con una mueca de curiosidad y sorpresa. “Le puse ese nombre porque es negro y simpático”, me responde, mientras me da la mano y me invita a pasar a su casa.
Por lo visto, el gracejo y la bohemia son aún las señas particulares de Julio Olivera (77).
En la tierra y con un clavo. En el altillo repleto de recuerdos, donde sueña, proyecta y trabaja todos los días, revive sus comienzos en el dibujo. “Era un mocoso y me pasaba horas dibujando con un clavo sobre la tierra en el patio de mi casa de barrio Pueyrredón”, cuenta. Aún le agradece a un tío que le daba monedas para incentivar su vocación temprana de garabateador.
Recién a los 17 años, por casualidad, hizo su debut en el humor gráfico.
“Trabajaba de noche como linotipista en el diario Meridiano y un día bajó al taller el director del diario y vio, pegadas en la pared, las caricaturas que les había hecho a casi todos mis compañero, incluido él”, relata.
“Preguntó quién había hecho los dibujos. Le confesé mi autoría y pensé que había cavado mi propia tumba, porque lo había retratado caracúlico y con un hilo de baba colgándole de la comisura de los labios; era lapidaria”, ilustra.
Pero la historia no sólo no terminó como había presagiado, sino que tuvo el mejor de los finales: le ofrecieron el puesto de dibujante.
“Allí trabajaba un maestro de la historieta: Adolfo Urtiaga, autor de la tira Picho de la Federal”, evoca con admiración. En ese medio gráfico, con Ramiro Ratti llevaron al cómic una historia real, de ribetes policiales. “Nos inspiramos en el caso Vives, que fue un reo que mató a un prestamista y que se hizo famoso después porque ganó la lotería estando en prisión”, recuerda.
Asegura que el hecho de hacer viñetas todos los días le dio “mucha confianza y un gran entrenamiento”.
Una idea de papel. En 1972, llevó al papel una idea que le venía dando vueltas por la cabeza hacía una década: María Bizca. La propuesta se presentaba como “una revista de humor cordobés y enfoque político”.
En agosto del año anterior, Alberto Cognigni había parido Hortensia , que luego alcanzaría la estatura de leyenda.
“Con ‘el Gordo’ estuvimos a punto de ser socios. Nos reunimos en su casa para hablar del proyecto pero después yo me distraje con otros trabajos y él salió unos meses antes que yo pero con un producto muy superior al mío”, reconoce. Dice que María Bizca fue la consecuencia gráfica de Teletemas , el noticiero animado que durante una década hiciera en los canales 10 y 12 de Córdoba como segmento dentro de los informativos centrales. Tomó el nombre de la publicación de un juego infantil parecido a la rayuela.
Imprimió hasta número 15 de la revista en Arpón, que tenía talleres en Alberdi. A partir de ahí, en Linotipia Fobera, que fundara Alberto Fontevecchia en 1950 y que entonces publicaba Weekend y semanarios deportivos.
–¿Cómo fue que dio ese salto?
–El distribuidor de la revista en Buenos Aires me pidió un día que le mandara 10 mil ejemplares. Le dije que era imposible porque, a duras penas, tiraba dos mil. Él me hizo el contacto con el papá de Jorge (Fontevecchia, fundador y director de Editorial Perfil) con el que fuimos socios durante más de 10 años y generamos verdaderos sucesos editoriales.
–Como Piturro...
–Lo de Piturro fue extraordinario. Alberto había descubierto al personaje en una tira de María Bizca y me sugirió que le diera vida propia. Tuvo razón. Llegamos a tirar 90 ejemplares y a distribuirlos por todo el país.
“Soy un peleador del humor cordobés”, dice de sí mismo. Es verdad: la historieta de ese pícaro cordobés, Piturro, sin un peso partido por la mitad, que aspiraba al éxito fácil en Buenos Aires y derrapaba con facilidad en las curvas femeninas, abrió luego camino a otras creaciones de Olivera, como Socotroco , Juan Tiento , Piturrito y Pitos y Flautas .
En abril de 1981, la dictadura militar le asestó un golpe casi letal a su carrera de historietista y editor fecundo.
El 29 de enero de ese año había asumido la presidencia el general Roberto Viola. Olivera tituló la noticia en La macana ilustrada (revista que define como “una caricatura de los diarios de entonces”), de la misma manera que Clarín : “Viola presidente”. Pero amplió en la bajada: “El chúcaro al poder”, jugando con la coincidencia del apellido del militar en el poder con el de la entrañable compañera de baile de Santiago Ayala, ‘El chúcaro’.
De lo que vivió a partir de la clausura de su editorial, prefiere no hablar.
Desde la vereda, Obama emite un sonido muy parecido a un ladrido. “Me está pidiendo entrar”, traduce Olivera y baja a abrirle la puerta.